La Bienal de Arquitectura de Venecia ha otorgado este año el León de Oro a la trayectoria profesional in memoriam a Lina Bo Bardi. Se reconoce así por fin la labor de una de las arquitectas más expresivas e influyentes del siglo XX, aunque sea casi treinta años después de su muerte.

Nacida en Roma en 1914, Achillina Bo cursó sus estudios de arquitectura en la capital italiana. Para alejarse del auge del fascismo, se traslada a Milán, donde desarrolla una notable labor editorial, haciéndose un nombre en la profesión que le ayudará a fundar su propio estudio junto a Carlo Pagani. Sin embargo, las instalaciones son destruidas por un bombardeo en 1943 y Lina decide hacer frente a la ocupación alemana desde su militancia en el Partido Comunista. Es en esta época cuando conoce a su futuro marido, el periodista, crítico y marchante de arte Pietro Maria Bardi. En 1946, ya casados y ante el incierto panorama de la Italia de postguerra, la pareja decide emigrar a Brasil.

Tras una primera estancia en Río de Janeiro, fijan su residencia en São Paulo. El choque entre su bagaje europeo y esta nueva cultura brasileña –tan ligada a la naturaleza exuberante del país– dispara el talento creativo de Lina. Su primera obra será su propia vivienda: la Casa de Vidro, construida en el barrio paulista de Morumbi y terminada en 1952. Una casa luminosa que se convertirá en todo un referente del racionalismo, con sus formas geométricas simples y un jardín tropical que la arquitecta creó luego de la nada.

También destaca el SESC Pompéia (1977-1986), un centro de ocio, cultura y deporte levantado a partir de una antigua fábrica de barriles de petróleo. Aquí, al volumen ya existente añadió dos nuevos edificios verticales de hormigón visto que se unen a él mediante vistosas pasarelas aéreas.

Aunque el proyecto más icónico de la arquitecta ítalo-brasileña es, sin duda, el MASP (Museo de Arte de São Paulo), iniciado en 1958 e inaugurado en 1968. El edificio queda suspendido a 8 metros sobre el suelo gracias a un audaz sistema de cuatro pilares exteriores unidos por dos gigantescas vigas de hormigón pretensado.

Sus 74 metros de luz entre los pilares y su perímetro acristalado hicieron de él la mayor planta libre del mundo. Asimismo, al carecer de paredes al uso, Lina ideó un singular método para exponer las obras: los cuadros quedan «levitando» dentro de unos caballetes de cristal anclados a un pie de hormigón.

La gran imaginación de Lina también se plasmó en escenografías, pinturas y diseños de mobiliario y joyería. Como destacó el jurado de la Bienal, Bo Bardi «ejemplifica la perseverancia en tiempos difíciles, ya sean guerras, conflictos políticos o inmigración, y la capacidad para seguir siendo creativa, generosa y optimista en todo momento».

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