Hay pocos paisajes tan desoladores como el californiano Valle de la Muerte. Con temperaturas que pueden llegar casi a los 60ºC y precipitaciones anuales de poco más de 50 mm, es el lugar más seco de América del Norte. Entonces, ¿cómo diablos se las arregló el fotógrafo Maciek Jasik para transformar en un vergel semejante erial?
La respuesta es sencilla: con oficio y algo de suerte. En el otoño de 2015, unas fuertes lluvias provocaron la aparición de multitud de flores silvestres en medio del desierto la primavera siguiente. La serie que presentamos hoy, titulada Wildflowers, recoge el trabajo del artista de Brooklyn en este escenario alterado durante la primera semana de marzo de 2016.
De origen polaco, Jasik (Gdansk, 1978) llegó junto a sus padres a los Estados Unidos con solo seis años y se formó en Bellas Artes en la Universidad Johns Hopkins. Su trabajo es muy característico, ya que emplea el color de forma poco convencional para crear atmósferas distorsionadas y sensaciones chocantes en el espectador. Su interminable combinación de tonalidades nos sumerge al instante en una especie de mundo onírico que cuestiona nuestra relación con la naturaleza y con los demás.
En el caso de las instantáneas del Valle de la Muerte, las flores brotan de los surcos de una tierra agrietada, reseca, evidenciando la relación tan cercana entre la vida y la muerte. La mirada particular del fotógrafo convierte la esterilidad del desierto en un festival de psicodelia, con montañas y estepas rosadas, praderas infinitas o paraísos azules aparentemente sacados del fondo marino.
Estas postales alucinógenas parecen proceder de otro mundo, como si fuesen imágenes remotas enviadas a la Tierra por una sonda de exploración espacial lanzada hace años. Se adivinan las rocas y la arena, pero despojadas de toda sensación de calor asfixiante. En su lugar, los colores cálidos son recogidos por la floración espontánea, convirtiendo así un inmenso páramo en un lugar acogedor en el que dan ganas de adentrarse.
Maciek Jasik asegura que las fotografías no están retocadas y que todos los efectos se logran con la propia cámara, sin emplear técnicas digitales. El resultado es un cromatismo irreal, intangible, pero que a la vez nos habla de la gran capacidad de recuperación de la naturaleza, que puede generar vida donde uno menos se lo espera.
Imágenes cortesía Maciek Jasik