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11 de septiembre de 2025

Casa Plaj: una casa roja que entiende el viento

  • Proyecto de Extrastudio
  • Fotografías de Clemens Poloczek

En una loma sobre la costa atlántica portuguesa, extrastudio levanta Casa Plaj como una geometría primaria —arquetipo de casa— que parece posarse más que asentarse. Su volumen, de un rojo cal apagado, se recorta en la pradera; fue concebida para una familia joven como retiro y, a la vez, como experimento abierto al lugar y al tiempo, con un proceso de proyecto que se prolonga durante la obra.

El emplazamiento, en Atalaia de Cima —a una hora al noroeste de Lisboa—, mira un valle somero y el mar. La casa responde a un paisaje en transición, entre la memoria agrícola y una urbanización creciente, y busca “parecer del pueblo”, asentándose con ligereza y afinando su relación con la luz y el viento. Al entrar en el sitio, el ritmo baja; parece que el océano se cuela en el interior.

Aquí el proyecto es un diálogo en presente. El estudio trabaja “en tiempo real”: el diseño continúa durante la construcción, ajustando materiales, encuentros y texturas con el equipo de obra y los clientes. Esa apertura permite que el edificio responda al clima y a lo imprevisto, y entronca con una cultura mediterránea acostumbrada a la escasez, capaz de extraer belleza de lo esencial.

Dentro, la estrategia es deliberadamente sobria: suelos de hormigón pulido y paredes enlucidas a mano con una capa base imperfecta que deja leer el trabajo manual; carpinterías en chapa de roble lavada en gris y umbrales definidos por travertino plateado. En la cocina —núcleo vital— una isla de Mármore Verde Serpa introduce una veta portuguesa de tonos cambiantes. La luz se administra con precisión: una serie de óculos lleva el sol de la mañana hasta donde no llega, afinando el confort sin espectáculo.

La casa ofrece opciones: terrazas continuas que permiten girar con el viento para encontrar cobijo; huecos correderos que desaparecen en los muros y liberan el perímetro; una cocina simétrica que se abre en tres direcciones y se eleva con una altura poco común —en torno a diez metros— para hacer del aire otra materia de proyecto. Todo es ajustado, pero sin rigidez.

Durante la obra, la transición hacia la piscina se reimaginó: un rincón ciego se convirtió en hallazgo gracias a un vidrio coloreado en rojo que tiñe el exterior cuando se mira desde el agua; un pequeño extrañamiento que intensifica la experiencia y suma calor incluso en invierno. El propio tono del edificio —una cal pigmentada que captura la luz de la tarde— nació de otra contingencia, cuando una sesión de fotos mostró la obra bañada en rosa. La arquitectura aquí no persigue la foto: la desencadena.

En Casa Plaj, técnica y atmósfera van de la mano: una obra precisa, trabajada a pie de obra, que deja sitio a la vida y a sus variaciones. No busca imponerse al paisaje; lo mide, lo filtra y, con muy poco, lo hace habitable.