El accidentado paisaje de la costa sur de Creta no pone las cosas fáciles a los arquitectos. Además de tener que lidiar con una topografía llena de colinas y acantilados, la aridez del terreno hace que destaque cualquier intervención humana, pudiendo llegar a quebrar con facilidad la armonía de un relieve tan ondulado.
Consciente del riesgo, el estudio ateniense DECA Architecture decidió semienterrar su Ring House en lo alto de un cerro salpicado de matorrales. De este modo, la construcción apenas brota de la tierra, aprovechando un declive pronunciado para obtener estupendas vistas panorámicas del Mediterráneo y del pueblo turístico de Agia Galini.
La casa sigue el contorno de la colina mediante un trazado de hormigón en forma de U, que permite crear un jardín interior lleno de arbustos aromáticos y cítricos. Así, toda la vivienda queda bajo el tejado plano de hormigón y la forma de anillo convierte cada una de las habitaciones en una atalaya privilegiada.
Las fachadas de mampostería tradicional ayudan también a mimetizar la Ring House con el exterior terroso, al igual que la continuación natural del jardín hacia la cumbre del cerro. Una parte de la arquitectura desaparece misteriosamente en la aridez del paisaje para luego dibujar un edificio casi escultórico que abraza la ladera.
En cuanto a la distribución interior, el salón de planta abierta ocupa una de curvas de la U, flanqueado por los dormitorios a un lado y por la cocina y el comedor al otro. Ya en el exterior, una piscina de horizonte infinito, el comedor al aire libre y un solárium ofrecen todas las comodidades para un excelente retiro veraniego (no en vano, Galini es serenidad en griego).
Pero además de la belleza del planteamiento, el proyecto buscaba preservar al máximo la parcela original y sus alrededores. Por ello, el material extraído durante la obra se utilizó para cubrir las cicatrices del terreno, ya que en el pasado hubo muchos intentos fallidos de abrir caminos en la zona y todos habían dejado su marca.
Previamente se recolectaron semillas autóctonas, cultivándolas después en un invernadero para producir más. Una vez esparcido el material de excavación, se sembraron, y tres meses después las plantas locales reaparecieron, ocultando para siempre las huellas de las antiguas pistas.