Hoy viajamos hasta la región portuguesa del Alentejo para acercarnos a la conversión de una construcción agrícola centenaria en un pequeño hotel de turismo rural cerca de Lisboa.
Situado en las afueras de la localidad de Azaruja, muy próxima a Évora, el proyecto Monte da Azarujinha fue materializado por el estudio luso Aboim Inglez Arquitectos. En un principio iba a ser el refugio de vacaciones de una pareja de jubilados, pero finalmente se transformó en algo más, ya que los propietarios decidieron instalarse en la granja reformada y encargar un nuevo edificio para alojar a los visitantes que se acercan a conocer la zona.
Así pues, lo primero que hizo el equipo de Maria Ana y Ricardo Aboim Inglez fue demoler los sucesivos añadidos y las reformas sin sentido de la construcción original. De esta manera lograron un espacio sencillo y diáfano, con tejado a dos aguas, que se integra en el entorno con ayuda de unos grandes ventanales correderos. La ausencia de puertas en su interior potencia la luminosidad, la amplitud y la sensación de conexión entre las distintas habitaciones.
En cuanto al planteamiento de la casa para acoger a los visitantes, se tuvo muy en cuenta el paisaje. La finca de 140 hectáreas, con abundantes alcornoques y otros árboles, no invitaba a una simple extensión del edificio principal o a algo que destacase demasiado. En su lugar, se diseñó una estructura formando un ángulo de noventa grados con la primera, cercana a ella y también con tejado a dos aguas.
Este nuevo bloque de cinco dormitorios con baño privado se individualizó por medio del color. Tanto las paredes exteriores como las puertas y contraventanas de madera -e incluso las tejas- se pintaron de blanco, un tono omnipresente en estas llanuras alentejanas.
Además de diferenciarlo de la casa principal, cubierta con teja cerámica tradicional, la blancura completa del edificio contribuye a aliviar la acumulación de calor en verano. Así mismo, el gran alero a modo de porche de uno de sus laterales y un sendero en forma de L actúan como elementos de conexión entre los dos edificios y los árboles próximos, que camuflan en parte ambas construcciones.
Esta armonía continúa en el interior, que dispone de suelos de hormigón pulido y paredes y vigas pintadas en blanco. Con este color como hilo conductor, Monte da Azarujinha representa una mínima invasión de la arquitectura en la extensa meseta de esta comarca portuguesa.