En Outeiro de Polima, Cascais (Portugal), el arquitecto Miguel Marcelino ha asumido un encargo notable: transformar una antigua casa rural —humilde, fragmentada, cargada de capas de intervenciones— en el Casal Saloio – Museum of Rurality. Lo hace sin borrar las huellas del tiempo, sino consolidándolas como parte del relato espacial.

Este proyecto no nace como torre de exhibición, sino como gesto de reconocimiento: el edificio original, construido y transformado de forma informal a lo largo de generaciones —con anexos, refuerzos, ala lateral, horno, corral— mantiene su configuración última reconocible.

Marcelino decide respetar esa geometría quebrada e irregular, permitiendo que sea legible la evolución portátil del conjunto.

Estrategia de rehabilitación y expansión

El punto clave fue consolidar antes que uniformar. Se interviene sobre la última versión reconocible del caserío, estabilizando muros, tratando patologías estructurales y recuperando elementos nobles, en lugar de reconstruir según un ideal homogéneo.

Para albergar los nuevos usos del museo, se añaden dos volúmenes modernos que intersectan en forma de L con el edificio existente, generando un patio central que articula lo viejo y lo nuevo. La escala y proporciones de estas ampliaciones respetan la modulación tradicional del caserío original, evitando rupturas visuales abruptas.

La lógica de uso fluye de una espacialidad híbrida: zonas de exposición, áreas de apoyo museístico y espacios auxiliares se integran entre muros antiguos y nuevos, buscando transiciones suaves.

Materialidad, tacto y atmósfera

En la intervención se mantienen las texturas originales: muros de piedra o fábrica antigua, con reparaciones visibles que no encubren, sino que dialogan con las huellas del pasado. Los volúmenes nuevos adoptan una materialidad sobria que no compite con lo existente: revestimientos discretos, carpinterías precisas y un tratamiento luminoso comedido.

Dentro, la luz natural se filtra con moderación: huecos calibrados permiten iluminación indirecta en espacios expositivos, mientras que elementos de control —para proteger las obras— se inscriben con tacto. La intervención no pretende “iluminar cada rincón”, sino componer una penumbra útil donde materia y luz dialoguen con calma.

Un museo que relata el paso del tiempo

El Casal Saloio no es un museo al uso. Es un museo que asume su pasado como estructura narrativa. Cada esquina, cada irregularidad y cada grieta hablan de procesos, de ampliaciones sucesivas, de necesidades funcionales. Marcelino no impone un volumen nuevo, sino que responde al edificio que ya existe y lo prolonga con respeto.

Desde la óptica del blog Abaton, este proyecto es un recordatorio de que la gran arquitectura no siempre necesita imponerse con novedad formal, sino que puede emerger al hacer legible el tiempo. El museo no está allí para imponerse al entorno, sino para reconocerlo y reactivarlo.

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