La pequeña localidad austríaca de Krumbach muestra orgullosa desde hace un par de años su nueva capilla. Diseñada por el estudio del arquitecto Bernardo Bader, es un estupendo ejercicio de adaptación a la topografía y a la historia del lugar, pues su imagen estilizada encaja a la perfección en el accidentado paisaje de Nagelfluhrücken.

Ocupa la plaza de la antigua Capilla de Lourdes, que con unos dos siglos a sus espaldas resultó imposible restaurar. Además, ese no era el objetivo de la comunidad local, que pretendía crear un edificio nuevo en el que incluir toda la memoria del pasado. Tras varios años de ideas y análisis, finalmente un equipo de más de un centenar de voluntarios llevó a cabo la construcción.

Siguiendo la pauta tradicional, la Capilla Salgenreute se levantó con piedra y madera. Su forma básica responde al original de doscientos años atrás, pero con elementos rabiosamente contemporáneos. Así, el interior se resuelve mediante un plegado del espacio realizado en madera, un material que envuelve suelo, paredes y techo a fin de crear un ambiente cálido y homogéneo.

Al fondo, el moderno ábside pintado en blanco acoge un altar minimalista y la imagen de la Virgen rescatada de la antigua ermita. Una ventana frontal proporciona la dosis justa de luz natural para producir una atmósfera de recogimiento, al tiempo que nos presenta directamente la naturaleza exterior. Aquí, la disposición de los objetos no sigue pautas clásicas, sino que prefiere poner en valor cada uno de ellos desplazándolos de su ubicación habitual. A destacar que la abertura acristalada permite contemplar la imagen también desde el exterior, algo insólito en muchas otras capillas.

Respecto al tejado a dos aguas –con una inclinación muy pronunciada–, el sol se encargará de ennegrecer la madera del lado sur, mientras que en el norte se teñirá de un característico gris plateado, similar al de las granjas de la región.

Un acceso retranqueado a modo de antesala invita a traspasar la rica puerta metálica de Salgenreute y ofrece la primera visión del sobrio interior gracias a dos tramos acristalados. Quizá sea una metáfora del viaje reflexivo de cada feligrés hacia lo esencial.

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